miércoles, 31 de agosto de 2016

In memoriam de un museo.

Mi abuelo, Humberto Orozco, fue un hombre extraordinario; dueño de una determinación imbatible, un optimismo arrollador y contagioso y una mente privilegiada, siempre inquieta, siempre curiosa. Como empresario aprendió de las dificultades para establecer y hacer prosperar un negocio en México; como dueño de una empresa industrial, supo de la lucha diaria que enfrenta el grueso de la población del país para llegar a fin de mes.

Pero mi abuelo, que era un hombre de acción para el que imposible era sólo una palabra, habiendo conocido estos dos problemas, se abocó a intentar resolverlos.

Con por lo menos tres patentes a su nombre, era un extraordinario entusiasta del desarrollo científico y tecnológico, de la exploración espacial y la física cuántica (recordemos que nació en la década de los treinta, antes que el microondas, el cajero automático y el bolígrafo desechable). Estaba convencido (y no iba mal encaminado) de que era a través de la educación, la ciencia y la inversión en tecnología que podríamos progresar como nación y resolver problemas como el cambio climático y la falta de agua en el Valle de México. Con eso en la cabeza, imaginó el Museo Gota de Agua.

Mientras el proyecto permaneció en la cabeza de mi abuelo, y en la de los amigos y conocidos de la iniciativa privada con los que lo compartió (como la Asociación de Empresarios de Iztapalapa) se hicieron progresos a pasos agigantados. El proyecto arquitectónico de diseño futurista (parecido al Spaceship Earth de Epcot) invitaba a mirar hacia adelante, al futuro. La museografía y el contenido de las exposiciones de cada sala se diseñó para llevar al visitante a lo largo de un recorrido por el ciclo hidrológico, la importancia de su cuidado y las sorprendentes características del vital líquido. También incluía, hasta donde tengo entendido,  un corredor de viveros e invernaderos, para evidenciar y aprovechar la estrecha relación que tiene el agua con la vida en este planeta.


El Museo Gota de Agua, con diseño arquitectónico de Juan José Díaz Infante; Premio Nacional Luis Barragán 2003.


Con esa joya de proyecto planeado hasta el último detalle y listo para construirse. Fueron a pedir recursos al entonces jefe delegacional de Iztapalapa, René Arce. A partir de ahí, el proyecto se perdió en un limbo burocrático del que nadie parece ser capaz de sacarlo. Corría el año 2002, de eso hace casi quince años.

Oh, sí, seguro, algo se ha movido. El 5 de junio de 2004, para celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente, el Gobierno Capitalino cedió un terreno a la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) a la que supuestamente se le iba a encomendar la administración y mantenimiento del futuro museo; se conformó “Museo Gota de Agua A.C.” entre miembros originales de la idea y la UAM, para sacar el proyecto adelante;.con bombo y platillo se colocó la primera piedra en el predio en un acto protocolario en 2009 con la entonces delegada Clara Brugada, se buscaron apoyos de Conaculta, SEP, Conacyt, Semarnat, INAH, la Academia de Ciencias y hasta de la ONU y durante 14 años y a lo largo de tres administraciones, la UAM recibió 132 mdp en fondos federales supuestamente etiquetados para ese único fin.

Pero después de todo eso, el museo sigue existiendo únicamente en papel, el dinero sabrá Dios dónde y los restos de su principal promotor y visionario descansan ya en el Panteón Jardín de la Ciudad de México.

Durante el velorio de mi abuelo llegó, junto con otras tantas, una corona de flores con la cintilla en letras doradas “Museo Gota de Agua A.C.” Después de 14 años de ineptitud y de apostarle al olvido (o peor aún, de corrupción y malos manejos), aquellas flores me supieron mal. Si esto es lo que hace la burocracia y el gobierno cuando se le deja un proyecto en bandeja de plata. ¿Qué esperanzas tenemos cuando les dejamos a ellos la iniciativa?


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